El infortunio de don Fulgencio

Se dio cuenta de que era demasiado tarde cuando el dolor se agudizó de tal manera, que el aire le comenzó a faltar. Entre más lo pensaba, más se reprochaba por su falta de juicio. Ya habían pasado varias horas desde aquella atrocidad y su sentido de orientación ya estaba atrofiado, pues lo único que podía sentir era la piel cortada, y su movilidad cada vez más limitada. La desesperación lo orilló a ponerle fin a su agonía.

–¡Ya me tienes harto, pinche panza!–exclamó el hombre mientras se arrancaba el botón del pantalón.

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El juramento